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JUAN DE HOSPITAL S.J. EL INICIO DE LA CIENCIA MODERNA EN LA REAL AUDIENCIA DE QUITO. 14 DE DICIEMBRE DE 1761

JUAN DE  HOSPITAL  S.J.  EL INICIO  DE LA  CIENCIA  MODERNA EN LA  REAL AUDIENCIA  DE  QUITO.  14  DE  DICIEMBRE DE  1761

Spondylus, revista cultural
núm 30, pp.17-37, noviembre de 2011, Portoviejo (Ecuador)

Articulo publicado conjuntamente con el Dr. Byron Núñez-Freile, Catedrático de la Universidad Central del Ecuador. Quito.

"Mejor, sin comparación, fue el Padre Hospital, y su juicio lo hizo tratar razonablemente las materias que tocó." (Eugenio Espejo. El Nuevo Luciano de Quito. 1779)

El arribo de la Misión Geodésica francoespañola en el año de 1736 a la Real Audiencia de Quito motivó un cambio trascendental en el surgimiento de la ciencia en esta alejada colonia del Imperio Español. Los geodésicos descubrieron que existía un pequeño grupo de criollos ilustrados en la Audiencia, quienes tenían altos conocimientos científicos, a tal punto que uno de ellos, el Riobambeño Pedro Vicente Maldonado y Sotomayor, se integró de manera importante en las mediciones que la Misión vino a realizar para comprobar la redondez de la tierra y el achatamiento de sus polos, posicionando así la teoría newtoniana que en ese momento prevalecía en el mundo científico europeo. A la vez, el escaso conocimiento científico local se hallaba enclaustrado en los templos religiosos y predominantemente en el entorno Jesuita, ya que en el claustro de la Universidad de San Gregorio Magno, en donde se albergó el Jefe de la Misión Charles María de la Condamine, se había generado de manera paulatina una corriente renovadora que cuestionaba la concepción del mundo de tipo escolástica y aristotélico- tomista.

Mas tuvo que pasar un cuarto de siglo luego del arribo de los Geodésicos, para que el sacerdote español Juan de Hospital S.J., profesor de Filosofía de la Universidad de San Gregorio proclame de manera pública y solemne el 14 de diciembre de 1761, junto a su discípulo Manuel Carbajal, la preferencia en la aceptación del Sistema Copernicano al Ptolemaico y Tyco.

Su origen y primeros estudios
Juan Hospital, misionero jesuita, científico, catedrático y escritor, nació el 11 de febrero de 1725 en Bañolas (Gerona - España). Era miembro de una de una familia aposentada, como lo demuestra el hecho de que su padre fuese enterrado en la iglesia del monasterio benedictino de San Esteban, un privilegio solo reservado a unas cuantas familias. Hijo de Martirián Hospital y de María Ana Hort, fue el menor de diez hermanos, y de pequeño estudió en la escuela de su villa natal. A la edad de 15 años se trasladó a la vecina ciudad de Gerona en donde estudió en el colegio de los Jesuitas de San Martin Sacosta, donde cursó humanidades clásicas y filosofía. Durante los tres años que permaneció en este colegio, conoció al que seria su profesor de retórica, el padre Antonio Codorniu, gran teólogo y escritor que en sus obras reflejó el cambio social que la Ilustración había traído a España. En 1743, al terminar sus estudios de filosofía, se trasladó a Tarragona, en donde se hallaba el único seminario de la Compañía de toda la Corona de Aragón en que podía estudiarse el noviciado. En mayo de 1745, luego de la muerte de su madre, decide partir a las Indias Occidentales dejando atrás Tarragona para dirigirse hacia el Puerto de Santa María, lugar de embarque de las naves que partían hacia tierras americanas. Al Puerto llegó el 30 de julio de ese mismo año, alojándose en el llamado Hospital u Hospicio de Indias, una casa "bastante grande y hermosa" que las siete Provincias de Indias tenían en el Puerto para vivir y para que pudieran detenerse en ella los que se disponían a la navegación para las Indias. Poco tiempo después, el día 5 de agosto del mismo año realizaba sus primeros votos sacerdotales.

La larga espera en el Puerto de Santa María
Por un hecho ajeno a sus planes, como fue la llamada "Guerra de la Oreja de Jenkins" - un conflicto bélico en el que se enfrentaron las flotas de Gran Bretaña y España destacadas en el área del Caribe entre 1739 y 1748 - le retuvo contra su voluntad en el puerto gaditano. A lo largo de los casi 4 años que estuvo retenido en el Puerto de Santa María, Juan pudo conocer a dos de sus futuros compañeros de viaje y con los que seguiría conviviendo a lo largo de toda su vida: el padre Tomás Nieto Polo del Águila, Procurador de la provincia de Quito en Madrid y rector del Hospicio de esa ciudad porteña, y a la vez que podríamos llamarlo "tutor" de los jóvenes estudiantes; y el que ya en tierras ecuatorianas se convertiría en su compañero de misiones, el padre Bernardo Récio, instructor de tercera probación de los jóvenes que estaban destinados a Quito y que ya habían terminado sus estudios.

El viaje a América
Por fin, conseguida la paz entre España e Inglaterra, el procurador Nieto Polo, dio la orden, a finales de mayo de 1749 de que los novicios y estudiantes ya podrían partir, por lo que ordenó que se prepararan para iniciar la travesía hacia Cartagena. Con todo dispuesto, el 30 de mayo, justo después de Pascua de Pentecostés, el navío "Nuestra Señora de los Ángeles" soltaba amarras rumbo a las costas americanas11. No llevaban navegando mucho tiempo, cuando la alegría de la partida se vio truncada, ya a la salida de Cádiz, por una gran sensación de mareo, que no perdonó a ningún pasajero, aunque no bien empezaban a recuperarse, que la llegada de la noche les trajo un nuevo desasosiego, ya que con las prisas del embarque la carga no estaba lo bien asegurada que debía estar, de modo que, debido a un pequeño temporal que se levantó, la carga empezó a ir de un lado al otro, y el navío empezó a dar tumbos a merced de las olas, poniendo la nave en peligro de zozobrar. Al final, después de perder parte de la carga, consiguieron con gran esfuerzo asegurarla y proseguir con la navegación. Mentalizados de que tendrían que pasar graves penurias el resto del viaje, el procurador Polo, que en estos momentos era el superior de todos, nombró al padre Bernardo Recio maestro de los novicios, de modo que a lo largo del viaje éste se dedicó a doctrinarlos, organizando distintas actividades inherentes a la doctrina y al motivo de sus viaje: las misiones.

Después de una larga y podríamos decir plácida travesía - si no hubiera sido por los primeros días de navegación - el 21 de julio de 1749 avistaron los verdes manglares que cubrían la costa cercana a su primer destino americano, la ciudad de Cartagena de las Indias, donde fueron recibidos por el padre Dionisio Morales, un octogenario jesuita, el cual les ofreció frutas típicas de aquel país, como "platani, nespole e mameje", desconocidas totalmente en Europa y que les ayudó a resarcirse de la sed pasada durante el largo viaje.

De Cartagena de Indias a Panamá
Repuestos de la fatiga del viaje y después de haber predicado en algunas iglesias de la ciudad, y de haber practicado misiones con los presos de los tres penales que había, a mediados de septiembre, en la misma embarcación, partieron en dirección a Portobelo. Era un viaje en el que se solían invertir entre 4 y 6 días, pero debido a la falta de viento y a las corrientes contrarias, el mismo se alargó más de lo previsto, de modo que no tocaron puerto hasta el día 10 de octubre, después de 24 días de navegación. El 24 de octubre, embarcaron en unas pequeñas embarcaciones, llamadas bongos, rumbo a la pequeña bahía de Chagres, en donde fueron recibidos por la pequeña guarnición de soldados destinados en el castillo de San Lorenzo Real. Desde allí, remontan el río Chagres hasta el pueblo de Venta de Cruces. Después de una navegación en la que en todo momento tuvieron que luchar contra la corriente, y en la que las pocas horas de descanso tuvieron que pasarla apretujados en las embarcaciones, soportando la lluvia y la constante humedad consiguieron llegar al pueblo de Cruces, donde fueron recibidos por Don Juan de Urriola, alcalde perpetuo de la ciudad. El 14 de noviembre, por fin amaneció despejado y después de un buen desayuno y de poder secar sus ropas, prosiguieron viaje hacia Panamá, en donde se encontraba el primer colegio de la Provincia de Quito.

Al llegar a las inmediaciones de la capital panameña, les prodigaron una calurosa bienvenida, por parte del gobernador Don Dionisio de Alcedo y de Monseñor D. José Javier de Arauz, natural de Quito, obispo de Santa Marta, los cuales, junto con otros nobles y religiosos que se habían desplazado para recibirlos, acomodaron a los maltrechos jesuitas en distintas carrozas y carruajes, con los que hicieron el resto del camino hasta la capital, que se encontraba engalanada como en las grandes procesiones y en donde entraron al son de las trompetas. Una vez en Panamá, se dirigieron en primer lugar a la Iglesia de la Compañía, en donde en presencia del Obispo, dieron gracias con un solemne Te Deum, para a continuación dirigirse al Colegio, donde por fin pudieron descansar en un sólido edificio, en la que fue la más placentera de las estancias desde que habían pisado suelo americano, y en donde pudieron rehacerse completamente de las penurias sufridas en los distintos tramos del viaje.

Por el Océano Pacífico hacia Guayaquil
Poco días antes de la partida, la noticia de la muerte de uno de los sacerdotes, el padre Fermín Orquín, compañero infatigable del padre Recio, sumió a todos los jesuitas en una profunda tristeza, de las que les costó reponerse, pero no por ello retrasaron más la marcha de modo que el día 7 de enero de 1750, la comitiva embarcó en un nuevo navío, el "Feo", con destino a Guayaquil.

El primer contacto que tuvieron con el llamado Mar del Sur o Pacífico, no tuvo nada de pacífico, ya que la navegación se hizo muy ardua y peligrosa, alzándose a mitad de recorrido una furiosa borrasca, que estuvo a punto de hacerles naufragar cuando un golpe de mar hizo que se rompiera el bauprés, y que se perdieran diferentes piezas o aperos del navío. Después de siete largos días, luego de sobrepasar el Cabo Pasado, y la punta de Santa Elena, entraron en la bahía de la isla Puná, llegando el día 3 de febrero a la ciudad de Guayaquil, pisando por primera vez tierras de la Real Audiencia de Quito. La llegada de la comitiva coincidió con el verano austral, lluvioso y húmedo, con calor típico del trópico, por este motivo la estancia en Guayaquil no se prolongó mucho, ya que las fatigas y los inconvenientes sufridos durante este último viaje, hicieron que muchos empezaran a enfermar de nuevo, por eso repuestos del viaje y temiendo por la salud de alguno de los misioneros, el Procurador decidió partir en cuanto fuera posible, aunque no si antes haber hecho una predica en la iglesia parroquial.

El ascenso de los Andes. Destino final Quito
Repartidos en distintas embarcaciones siguieron remontando el río rumbo a Bodegas (Babahoyo), en un viaje en el que la tempestuosidad de las aguas hacían prácticamente innavegable el río. Al día siguiente siguieron río arriba hasta un lugar llamado Caracol. Desde aquí, ayudados por mulas, prosiguieron el camino por tierra, con senderos cubiertos de agua y lodo, de modo que en muchos tramos el agua llegaba a las cinchas de las mulas. Al día siguiente empezaron a descender a la vez que veían como se abría ante sus ojos una nueva tierra, con una gran llanura llamada Chimbo, rodeada de altos montes. Contemplando lo que para ellos eran una nueva vegetación llegaron al asiento de San José en donde pasaron la Semana Santa de este año de 1750.

Dejando atrás las lluvias, pasaron por San Lorenzo, en donde se hospedaron la hacienda Tanisagua, en donde el cura del pueblo mandó preparar un convite, que a decir de Recio duró horas, y en el que les sirvieron una gran variedad de manjares y bebidas. Siguieron por San Miguel, pasaron cerca de Riobamba, llegando a Ambato, en donde descansaron en el colegio que la Compañía tenia en esa población. Luego siguieron por Mocha y Naccichí hasta el asiento de La Tacunga, en donde se encontraba el Noviciado de la Provincia y el Seminario, partiendo al poco hacia Saguanche, la actual Cutuglagua, a donde llegaron el segundo domingo de Pascua y en donde fueron recibidos por diversos nobles y por el Obispo de Quito, Juan Nieto Polo del Águila, deseoso de abrazar a su hermano el Procurador, y al resto de la comitiva.

Al día siguiente de la visita del Obispo, salieron rumbo a Quito, y una vez dejado atrás el valle de Santiago de Machachí, llegaron a un alto del camino, desde donde pudieron contemplar a lo lejos un confuso agregado de casas e iglesias. Era éste su destino final, un destino por el que habían sufrido durante tantos meses. Atrás quedaban fatigas y peligros, atrás quedaba el largo peregrinar y la incerteza de saber si conseguirían o no llegar a su destino y enfrente se les habría una nueva vida de esperanza, una vida que llevaban tiempo anhelando. Extasiados con esta visión prosiguieron la recta final de su viaje. Era el día 13 de abril de 1750, después de transcurridos casi once meses desde que salieran del Puerto de Santa María, cuando entraban en la Ciudad de Quito los jesuitas españoles.

Las Misiones de Bernardo Recio y Juan de Hospital (1751 - 1756)
Al poco tiempo, y una vez que los jesuitas españoles se hubieron aposentado, determinó el Obispo Juan Nieto Polo del Águila hacer una Misión en la ciudad, en la que intervinieron los mejores oradores de la provincia, y entre ellos el padre Bernardo Recio nacido en Alaejos-Valladolid, que con su elocuencia sorprendió a todos, incluido el obispo. Posiblemente este hecho, junto con la fama que le precedía de buen orador y misionero, fueron los determinantes para que el obispo Polo, que en aquellos momentos estaba buscando un jesuita que lo acompañara en su visita pastoral por su nuevo territorio, pensara en él, y así mismo en el momento de escogerle un acompañante y tal vez por referencias dadas por el mismo Recio y por el propio Procurador, que recordemos que era hermano del obispo, se pensó en el padre Juan de Hospital, una persona hábil para catequizar, de complexión robusta para soportar las fatigas y aguantar largas horas de confesionario, con una gran fuerza de voluntad y con una gran tolerancia frente las adversidades, cosa que había demostrado a lo largo del viaje que habían hecho los tres juntos desde España.

Una vez establecido el orden de visitas, y con las instrucciones precisas sobre las Misiones que tenían que llevar a término, los padres Recio y Hospital, abandonaban la capital quiteña el día 2 de enero de 1751 para realizar durante cinco años un periplo misionero que antecedía a la llegada del Obispo de Quito por casi toda la extensión territorial de la Real Audiencia de Quito, el cual se describe de manera prolija en "La compendiosa Relación de la Cristiandad de la ciudad de Quito" escrita por el mismo Recio y en una Biografía de la vida de este sacerdote jesuita que la hace Gaspare Jener en 1794.

Las Misiones los llevan al asiento de Alausi, en la Parroquia de Tixan, en donde Hospital y Recio llevaron a cabo su primera Misión. Desde aquí, y atravesando la zona desértica de Azuay, con sus altas montañas cubiertas de nieve todo el año, llegaron después de tres días de marcha a la población de Azogues. Luego se dirigen a la ciudad de Cuenca, en donde se reunieron con el Obispo y en donde Recio recibió una carta del padre Provincial, en que le comentaba que habiendo estado enterado del agotamiento que demostraba y para poder preservar su salud, le aconsejaba que se organizara más en su trabajo y para lo cual le recordaba que había de contar con la ayuda del padre Hospital, al cual, y a partir de ese momento, debía de supeditarse como superior suyo. Este hecho de por si ya nos viene a demostrar la validez de nuestro personaje, ya que hay que recordar que contaba con 26 años, once menos que Recio. Pero así las cosas, parece ser que la relación entre los dos misioneros siguió sin ningún tipo de problemas, siguiendo como estaba previsto la Misión, en que mientras Recio obtenía gran fruto haciendo los Ejercicios, Hospital se hacía cargo de los Ministerios, principalmente del catecismo a los niños y de la primera comunión a las niñas.

De Cuenca, se dirigen a Azogues, pasando por Gualaceo y Paute. El 28 de julio, abandonaron Azogues y marcharon en dirección hacia Guayaquil. Llegaron al pueblo de Naranjal, de donde pasaron a la Isla Puná, en donde embarcaron para después de atravesar toda la bahía llegar a la punta del Morro. De aquí fueron al pueblo de Montecristi, hasta llegar al Cabo Pasado, una región que tenía un idioma muy particular, producto, según decía la tradición, de un grupo de esclavos negros, que iban presos en un navío que iba de Panamá a Lima y que al llegar a esta zona se revelaron, matando a los españoles que los llevaban y saltando a tierra en donde se establecieron, dando lugar a un idioma mezcla del africano de los negros y del de los indios. Después retrocedieron en dirección a Portoviejo. Terminada la Misión, salieron de la ciudad en dirección hacia Daule y Baba, para llegar finalmente a Babahoyo, y de aquí a Guayaquil, para finales del mes de octubre. En Guayaquil, a parte de la Santa Misión, llevaron a término otros actos religiosos, y mientras el P. Bernardo hacia diversos Ejercicios al clero y a muchos caballeros, Hospital hacia la habitual Catequesis a los niños. En el tiempo en que estuvieron en esta ciudad, se terminó la Iglesia del Colegio de los Jesuitas, de modo que el día 3 de diciembre, fiesta del apóstol de las Indias, San Francisco Saverio, se bendijo esta nueva obra.

Desde Guayaquil, y navegando por el río, llegaron a la isla Puná, la cual fue necesario atravesar para llegar a Machala, en donde se encontraron con una gran cantidad de pastores, que con mulas y víveres, habían bajado de la Montaña para ver al señor Obispo. Una vez llevada a cabo la Misión, los misioneros abandonaron la población a lomos de una mula cada uno, y si bien en la jurisdicción de Guayaquil no había llovido ni un solo día, en la Montaña ya había empezado a llover y los caminos estaban impracticables, de modo que el camino hasta Zaruma se hizo inacabable. Celebrada la Navidad de 1751 en ésta población, partieron de ella el día 27 camino del Santuario del Cisne, para seguir luego por el valle del Catamayo, hasta llegar a la ciudad de Loja.

Camino de Cuenca, y en compañía del Obispo, hicieron una parada en el lugar de Susudel, en donde el prelado procedió a la bendición de un nuevo templo religioso, y que hoy en día todavía puede contemplarse en su estado primitivo. Antes de llegar a Cuenca se detuvieron en Saraguro, en donde colocaron una gran cruz en un monte muy empinado, de donde baja un riachuelo que terminaba en una fuente que los indios llamaban Cusu Yacu - agua de la dicha - que era a donde acudían a hacer sus antiguas ofrendas. De este modo acabaron con una arraigada superstición y a partir de aquel momento dicha fuente empezó a recibir el nombre de Agua Santa.

Una vez en Cuenca, siguieron hacia Cañar que se encuentra a la falda del monte Azuay. Después y siguiendo las órdenes del Obispo, se dirigieron a Alausí, de donde, por un áspero camino, subiendo y bajando montañas llegaron a la jurisdicción de Chimbo, y al pueblo de Guaranda, y de aquí al de Riobamba. Al llegar a la población de Guano, el padre Hospital se encontró enfermo, y aunque siguió con su labor de predicar, una vez terminada ésta tuvo que reposar en el Colegio de los Jesuitas de Riobamba. Fuese por el esfuerzo, por la mala calidad alimenticia o por otra causa, el caso es que los dolores no remetían y al final, para curar la "rotura" (posiblemente se refiere a algún tipo de fractura) le aconsejaron un emplasto con ciertos juncos y algún otro ingrediente y un reposo de treinta días sin moverse "siempre en posición supina". Después de la larga convalecencia, se trasladó a Mocha, donde se reencontró con su compañero, y juntos prosiguieron hasta Santa Rosa y Ambato. Desde ésta, pasaron a las poblaciones de Quero, Pelileo y Baños. De Baños se encaminaron a la pequeña población de Patate. Después, siguiendo la orilla del río llegaron a San Miguel, perteneciente a la jurisdicción de Latacunga, y luego a su capital. Terminaron de hacer algunos Ejercicios a los Eclesiásticos y algún caballero y prosiguieron hacia la llanura de Machachi, desde donde después de hacer otras Misiones en esta llanura, se dirigieron hacia Quito a donde llegaron el mes de mayo de 1753, después de dos años y cuatro meses de trabajo.

No había pasado medio año de su llegada a Quito, cuando el Obispo Polo, ante el éxito conseguido en la recién terminada misión, ya estaba pensando en una segunda Misión. Por este motivo a principios de 1754 encargaba al padre Bernardo Recio que empezara a planificar una nueva campaña pastoral, empezando por la zona de Otavalo, Tierra de Ibarra y Pastos.

Parece ser que en esta primera etapa, el padre Recio se encontró con el problema de que su compañero a lo largo de estos últimos años, el padre Juan de Hospital, no le podía acompañar ya que los Superiores de la Compañía le tenían preparado otro trabajo, motivo por el cual el padre Recio tenía que buscarse un nuevo compañero. Enterado el Obispo de este contratiempo, y personado en Quito, se opuso rápidamente a la decisión de que Hospital no pudiera acompañarles, a él y a Recio, en su nueva Visita Pastoral, teniendo al final los Superiores de la Compañía que claudicar y dar libertad total a Hospital, de modo que a finales de noviembre de 1754 ya estaban preparados para emprender una nueva Misión por los territorios del mediodía de la Diócesis.

Una vez abandonaron Quito se dirigieron a la jurisdicción de Alausí, y de aquí, atravesando la Montaña de Azuay, siempre cubierta de nieve, pasaron a las poblaciones de Cañar y Azogues, en donde era tal la cantidad de gente que había que la Misión se tuvo que prolongar muchos días y el padre Hospital perdió la voz por completo. Una vez hubieron terminado se dirigieron a la ciudad de Cuenca, en donde después de descansar en el Colegio empezaron el apostólico ministerio. Terminada ésta, se dirigieron hacia la jurisdicción de Guayaquil, no sin antes hacer un alto en un pueblo cercano a la montaña, perteneciente al Curato de Yaguache. Luego embarcaron en una canoa, y navegando por el río Guayaquil, llegaron al pueblo de Samborondón, una población perteneciente al Curato de Baba. Desde aquí, y después de atravesar una zona plagada de caimanes llegaron a Babahoyo. Después siguieron hasta Palenque, población cercana a una laguna pantanosa, con un clima caluroso todo el año y sometido a una densa niebla, lo cual convirtió la tarea de los dos misioneros, que tenían el sudor permanentemente en el cuerpo, en un duro suplicio. De Palenque se dirigieron al pueblo de Santa Lucia, anexo al Curato de Daule, en un viaje que se hizo muy duro debido a lo largas que eran las jornadas, caminando por zonas desérticas en donde no había nada, ni una sola casa aunque fuera deshabitada, sin agua, con los animales sedientos y necesitados de un continuo reposo, y llegando a las poblaciones, a altas horas de la noche, cuando la gente ya estaba durmiendo.

De nuevo en Guayaquil, a causa de las fatigas y los excesivos calores, el Padre Recio cayó enfermo y tuvo que someterse a la voluntad de los médicos que le obligaron a permanecer varios días tumbado en el lecho, teniendo que terminar los ejercicios con los Sacerdotes y Caballeros, el padre Hospital, mientras que de la zona conocida como "Città Vecchia" se encargaba otro jesuita. A mediados de diciembre, una vez restablecido de la enfermedad el padre Recio, embarcaron de nuevo en una canoa y descendiendo el río llegaron a Machala, desde donde atravesando la penosa cordillera del Monte, llamada Xarcapa, salieron a la montaña. Hicieron Misiones en Zaruma y en otras muchas poblaciones de la provincia de Paltas y Calvas. La última de las poblaciones que visitaron es esta zona fue la de Malacatos, tierra de donde se extraía la mejor quina del Nuevo Mundo. Después de Malacatos, el último día de febrero de 1756 llegaron a la ciudad de Loja, en donde permanecieron unos días y en el que debido a los muchos disturbios, tuvieron que ir con mucho cuidado, sin tomar partido ni hacer comentarios, hasta la llegada del nuevo Gobernador, llegado desde España. Con la tranquilidad de la vuelta a la normalidad partieron hacia Cuenca, siendo la última población en donde hicieron una Misión en esta segunda "vuelta" del Obispo por sus territorios, no sin antes visitar el día de Viernes Santo, la población de Girón, en donde había un famoso santuario con la imagen de Jesús Crucificado.

El Catedrático de Filosofía y las ciencias en la Real Audiencia de Quito Es ahora cuando el P. Hospital se dedicara de pleno a su otra pasión: la ciencia y la pedagogía. Este ansia por saber, favorecido por haber llegado a uno de los centros, en aquel momento más importantes del conocimiento de América, debido en gran parte a la influencia que dejó la misión Geodésica Franco-española de la Condamine (1736-1743) la que dejó un "Fuego Sagrado" que supo iluminar a los académicos de la Universidad en donde residió durante toda su estancia el Académico francés, y que a la vez motivó el surgimiento de tres grandes sabios de la Audiencia: Pedro Vicente Maldonado y Sotomayor, el sacerdote jesuita Juan Magnin de origen suizo y el Presbítero José Antonio Maldonado y Sotomayor quienes, debido a su gran labor científica, fueron designados por invitación de La Condamine como Miembros Correspondientes de la Real Academia de Ciencias de París.

Predecesor de Hospital en la cátedra de Filosofía en la Universidad San Gregorio Magno de los Jesuitas de la Real Audiencia de Quito, fue el padre Juan Bautiste Aguirre, nacido en Daule en 1725, el mismo año que Hospital. Del padre Aguirre, se podría decir que era un gran autodidacta, más inclinado a las cuestiones de Física pura, y quizá mejor dotado para ellas que para la especulación, llegando a estudiar algo de medicina, lo que le permitió afirmar, después de observar por medio del microscopio "que los animales, aun aquellos que se llaman insectos, no son engendrados por la podedumbre, sino que provienen de huevos o germenes ...". Un hecho que provocó cierto revuelo, ya que iba en contra de la teoría de la generación espontánea, en boga desde tiempos de Aristóteles, pero que el zanjó invitando a sus discípulos y detractores a comprobarlo. También es merito suyo, tal y como manifiesta Carlos Paladines, el tratamiento de cuestiones científicas de total novedad en esos días como podían ser las manchas solares, los cometas, la gravedad y ligereza de los elementos, los estados del agua, la elasticidad del aire, las distancias entre la Tierra y la Luna y otros planetas, etc. Y por último, cabe decir que también se atrevió a insinuar que el heliocentrismo de Copernico explicaba adecuadamente los fenómenos celestes, pero sabiendo que debía de someterse a la prudencia que dictaba Roma, se contentó con aceptar el sistema intermedio propuesto por Tycho Brae - como ya había hecho su predecesor en la cátedra, el padre Francisco Xavier de Aguilar - que rechazaba el geocentrismo de Ptolomeo (con la Tierra en el centro del Universo, y los astros, incluido el Sol, girando alrededor de ella), en favor de un concepto intermedio en que el Sol y la Luna giraban alrededor de una Tierra inmóvil, mientras que Marte, Mercurio, Venus, Júpiter y Saturno lo hacían alrededor del Sol. En este entorno académico único en América brota, como dice Ekkerhardt Keeding, el primer profesor hispanoamericano, que públicamente sirvió de multiplicador de la astronomía moderna, resultado de conjugar el buen momento que vivían las ciencias de la Audiencia de Quito junto con la corriente de las ciencias ilustradas europeas del siglo XVIII.

La proclamación de las Tesis de Hospital. 14 de Diciembre de 1761.
Joan de Hospital se hace cargo de la cátedra de Filosofía - que abarcaba lógica, física y metafísica - el año 1759, sustituyendo a Aguirre, y ejerciendo en la misma hasta 1762. Será en este período, concretamente en vísperas de la fiesta de la natividad, el 14 de Diciembre de 1761, que el estudiante ibarreño Manuel Carbajal proclama en Sesión Solemne en el Salón de Grados de la Universidad de San Gregorio sus Doce Tesis en las que, en la décimaprimera, afirma preferir al sistema Copernicano sobre el Sistema Ptolemaico y Tycono, construyendo de esta manera el inicio de la ciencia moderna en la Real Audiencia de Quito.

"EL DOCTOR B. MANUEL CARBAJAL, IBARREÑO, ALUMNO DEL REAL COLEGIO MAYOR DE SAN LUIS DE QUITO, DEDICA, OFRECE Y CONSAGRA SU PERSONA Y SUS TESIS DE FILOSOFÍA A LA QUE ES ÉXTASIS DE LOS CIELOS, ECLIPSA A LAS ESTRELLAS, ES PASMO DE LOS ÁNGELES Y DELIQUIO DE LA BELLÍSIMA LUNA, MARÍA, INMENSO PIÉLAGO DE DOLORES CONVULSIONADO POR VIFNTOS, OLAS Y TEMPESTADES, LA QUE, FIRME JUNTO AL PATÍBULO, ASISTIÓ A LA AGONÍA Y A LA MUERTE CRUDELÍSIMA DE JESÚS Y PRESENCIÓ EL DECIDIDO, A LA QUE ES NO SOLO LA IMAGEN MÁS CABAL DE LA MUERTE, SINO EL MÁS AUTÉNTICO DECHADO DE TODOS LOS SUFRIMIENTOS, TRISTÍSIMO HELIOTROPO DEL SOL MURIENTE, LA QUE JUNTO A LA CRUZ, VIO CON SERENOS OJOS MORIR A JESÚS, A LA MADRE MAS AFLIGIDA ENTRE TODAS LAS MUJERES, LA SACRATÍSIMA MADRE DE DIOS, MARÍA DOLOROSA.

XI

Afirmamos que el mundo es uno solo, es decir, que no existen hombres en otros planetas. Está suficientemente probado por las congruencias físicas y lo demuestra la autoridad de la S. Escritura y de los Concilios, que el mundo no ha existido desde la eternidad. Se debe rechazar de plano, como contrario a la física y a la astronomía, el sistema de Tolomeo acerca del mundo, sistema que pretende que los cielos son sólidos. El sistema de Ticho es contrario a las leyes físicas. En consecuencia, se debe preferir a los otros sistemas el de Copérnico, que defiende el movimiento de la Tierra, como el más acorde con las observaciones astronómicas y las leyes físicas.

Defiende estas Tesis al mismo que hace la deDicatoria al comienzo de estas páginas, en este Colegio Máximo de Quito, de la Compañía de Jesús bajo la presidencia del R.P. JUAN DE HOSPITAL, de la misma Compañía de Jesús, Profesor de Filosofía en esta Universidad de San Gregorio de Quito, el día 14 de diciembre de 1761 por la mañana y por la tarde.

Con la aprobación de los Superiores
Quito, imprenta de la Compañía de JESÚS"


La orden de extrañamiento
Luego de seis años de la proclamación del sistema copernicano en la ciudad de Quito; en la ciudad de Madrid, el Conde de Campomanes consiguió el 29 de febrero de 1767 que el Rey Carlos III firmara el decreto de expulsión de los jesuitas de todos los dominios españoles y la incautación de sus inmensos bienes representados por haciendas, colegios, telares, tiendas de comercio, etc. confiando la ejecución del decreto a su Ministro el Conde de Aranda. La orden llegó a la presidencia de Quito el día 6 de agosto, y fue cumplida el 20 por su presidente José Diguja y Villagómez, que no hacia ni un mes que se había hecho cargo de la presidencia. En el pliego real se le exigía que todos los jesuitas que existieran en Quito, y en todos los demás lugares sujetos a esta Audiencia, fueran reducidos a prisión y luego expulsados irremisiblemente de los dominios del Rey católico en América.

En la ciudad de Quito había tres casas: el Seminario de San Luis, el Noviciado y el Colegio Máximo de San Ignacio. Diguja en la madrugada del 20, cuando el reloj de la Compañía había dado las cuatro de la mañana, llamó a las puertas del Colegio y habló al padre Rector, anunciándole que tenía que intimar a todos los jesuitas una orden severa de Su Majestad; el Rector hizo reunir al punto la comunidad; pasaron también todos los del Seminario al Colegio, y, juntos todos, oyeron, en silencio y con las cabezas descubiertas, la lectura de la real cédula, por la que se los condenaba a extrañamiento perpetuo de todos los dominios del Rey de España. En el momento del extrañamiento, la Provincia de Quito contaba con 269 sujetos: de ellos 165 eran sacerdotes, 27 escolares, 66 coadjutores y 11 novicios. El Prepósito Provincial de la Provincia era Miguel de Manosalbas; el Secretario y Consultor, Juan Bautista de Aguirre; Juan Hospital era Vice-rector del colegio y seminario de San Luis, Maestro Vespertino de Teología Escolástica y señalado para Primario; y Tomás Nieto Polo del Águila, era Rector del Noviciado de Quito, Maestro de Novicios y Consultor de Provincia.

El camino de retorno a Europa
Luego de más de diecisiete años de permanecer en la Real Audiencia, Hospital y sus compañeros jesuitas partieron de Quito el domingo 30 de agosto de 1767 en dirección a Tambillo, siguiendo por Chisinche, La Ciénaga y Ambato, en donde se detuvieron un par de días. Siguieron por la Mocha, las Trasquillas, Isinchi y Guaranda. Luego Chimbo, Angas y las Bodegas de Babahoyo, en donde embarcaron en diversas falúas que después de dejar atrás Pimocha, Baba y Yaguachi, les dejaba el día 18 en Guayaquil.

Una semana más tarde, el 25, Hospital y 38 jesuitas más, se hacían a la mar, rumbo a Panamá, en una fragatilla mercante llamada "Padre Eterno". La capital panameña marcó una inflexión en este viaje, ya que si bien hasta este momento siempre habían sido bien atendidos por los que habían pasado, a partir de ese momento el trato sufrido cambiaría por completo, y la falta de cuidados será tal, que empezaran a enfermar y en algunos casos hasta morir. Y el primer cambio lo detectaron en que a partir de ese momento se les destinó para su custodia una Guardia de Soldados del Regimiento de la Reina, aunque si bien la reclusión fue harto estrecha, lo que realmente fue pésima fue la alimentación.

De Panamá los pobres desterrados pasaron a Cartagena en ocho partidas con suerte diferentes, yendo el padre Hospital en la segunda de ellas, que al igual que en Guayaquil se componía de 76 religiosos distribuidos en dos grupos de 38, el segundo de los cuales salió el 26 de octubre y estaba compuesta por los mismos hombres que habían llegado desde Guayaquil en el "Padre Eterno". Llegaron primero a Cruces en donde en cinco piraguas salieron para el castillo de Chagres y desde donde partieron para Portobelo a donde llegaron el dia 2 de noviembre.

Embarcados de nuevo, esta vez en dos embarcaciones, una fragata mercante bautizada "La Feliz" y una balandra de nombre "Víbora", que se dieron a la vela, rumbo a Cartagena de las Indias, el 13 de noviembre de 1767. La primera de ellas, "La Feliz" en la que embarcaron 55 jesuitas, entre ellos el padre Hospital, era un navío que acababa de desembarcar en Portobelo un cargamento de negros atacados de la peste, cuya insufrible hediondez aún se percibía; no tenía camarotes, pero sí innumerables agujeros por donde entraba el agua y lo pudría todo. A esto se sumó una muy larga y trabajosa navegación a causa de los vientos contrarios y que muchos enfermaron por el contagio dejado por los negros, de modo que durante la travesía murieron cuatro jesuitas, cuyos cadáveres fueron arrojados a las olas, llegando los 51 restantes el día 3 de diciembre a Cartagena.

En Cartagena de Indias, el Gobernador enterado del mal trato que habían sufrido e indignado contra el capitán responsable de tamaña inhumanidad, entró en persona en la nave, y consolando a los Jesuitas, los ayudó a desembarcar para procurarles todo el alivio posible. Pasados dos largos meses desde su llegada, llegó la hora de una nueva partida. Fueron 64 los jesuitas que embarcaron de nuevo en "La Feliz", bajo el mando del capitán Francisco Berenguer, aunque para este nuevo viaje se habían construido camarotes. Con las nuevas reparaciones efectuadas, Hospital salió de Cartagena el 17 de febrero de 1768, llegando a La Habana el 11 de marzo, en donde sin poder bajar a tierra, por orden expresa del gobernador se mantuvieron en la bahía durante 5 días, partiendo de nuevo el 16 rumbo a España. La travesía duró poco más de un mes, llegando todos los jesuitas a las costas gaditanas, el miércoles 20 de abril y desembarcando en el Puerto de Santa María al día siguiente.

Desde el Puerto de Santa María a la espera de un destino incierto
Una vez desembarcados en la playa, se les recibió sin ceremonias pesadas, ni estrépito de armas, conduciéndoles luego, con cortesía, a las casas destinadas para su detención, que en el caso de Hospital fue la Casa del Hospicio de las Misiones. El registro de sus equipajes se hizo en tal forma que pudo llamarse de puro cumplimento, de manera que el mismo día en que llegaron, les abrían los almofreces para la formalidad de ver si llevaban algún tabaco. reservando para después los baúles y petacas, que quedaron depositados en la bodega y se registraron después superficialmente.

El día 7 de junio empezó a correr el rumor de que iban a ser embarcados de nuevo, cosa que se cumplió dos días después y con un destino concreto la isla de Corcega. La operación de embarque se alargó hasta el día 14 ya que aparte de tener que trasladarlos a todos hasta la bahía de Cádiz, había que ajustar el número de sujetos, que sobrepasaban el millar, a las capacidades de cada barco. Por fin el 14 acabaron de embarcar los últimos y quedó ajustado el convoy, de modo que al día siguiente y con todas las embarcaciones a punto de marcha, la nave capitana dio la orden de partida. Junto al buque insignia navegaban la "Rosario", una fragatilla mercante de la república de Ragusa, una pequeño estado situado en el Mar Adriático y que correspondería a la actual ciudad croata de Duvronik, en la que embarcó Juan de Hospital, junto con 80 españoles más, de ellos 34 de Quito, 11 de Chile y 36 de Lima.

En Córcega, a donde llegaron el 9 de julio, el comandante bajó a tierra para pedir permiso para desembarcar, pero se encontró con las puertas de la ciudad cerradas, ya que albergaba a 900 jesuitas y una guarnición de 2000 soldados franceses que esperaban de un momento a otro que estallara la guerra con los corsos, que reclamaban para si la isla que en aquellos momentos estaba bajo la soberanía francesa. Sin saber que hacer ni a donde ir, el Comandante de la flota mandó una carta al vice-general francés Conde de Marbeuff para saber si este quería o no admitir a los jesuitas en la zona de la isla controlada por Francia. Por fin el día 18 llegó la respuesta del Conde, el cual accedía a que el grueso de la expedición se alojara en la ciudad de Bastia. Partieron así hacia el nuevo destino pero el fuerte viento en contra les obligo a desembarcar el día 27 en la Bahía de San Florencio, separada de un corto camino a pie de la ciudad de destino, motivo por el cual el capitán de la expedición el 30 de julio distribuyó la Pensión Real o Vitalicio a cada uno de los jesuitas y con ello daba por terminada su misión, pues los jesuitas se hallaba a menos de un día de camino de su destino final. Pero esa misma noche, los corsos se rebelaron contra los franceses con lo que se desató el pánico en la expedición, de modo que intentado huir de la población que empezaba a ser bombardeada, unos embarcaron en la misma nave y otros en pequeñas embarcaciones, entre ellos el padre Hospital, el cual se encontró que ya que al ir a embarcar en la que había sido su nave, su capitán la había alquilado a los jesuitas disidentes que habían decidido partir hacia un puerto italiano. Finalmente el día 4 de agosto llegaron frente a las costas de Bastia y pudieron desembarcar en lo que creyeron que era el definitivo destino del destierro, después de llevar un año y 23 días de viaje.

Mientras los jesuitas se adaptaban al nuevo destino, Francia intentaba deshacerse de ellos, enviándolos a los Estados Pontificios. De este modo, el sábado 27 de agosto, se decidió el trasporte de todos los jesuitas a Sestri, con embarcaciones francesas y de acuerdo con la República genovesa, desde aquí, hasta territorio de la Iglesia, pasando por los ducados de Parma y Módena. Después del maltrato que estaban recibiendo por parte de los franceses, para los jesuitas esta nueva partida fue considerada una liberación. Así pues embarcados de nuevo en diversas naves, entre ellas la "San Francisco" en donde iban los quiteños, entre ellos el padre Hospital, partieron de Bastia el día 31 de Agosto.

Llegados a tierras genovesas, el día 8 pudieron desembarcar en la ciudad de Sestri de Levante. Así, obtenidos los permisos correspondientes, determinaron hacer el camino por tierra sin más. Prevenidas las mochilas, partieron en dos grupos, unos el miércoles día 10 y el resto al dia siguiente. El camino que a través de los Apeninos, les tenia que llevar a la llanura del Po, hasta llegar a los estados Pontificios, fue muy penoso, ya que las lluvias de los últimos días lo habían convertido en un barrizal en donde el avance se hacía muy lento, y en varios puntos los pasos estaban llenos de agua, cosa que les obligaba a descalzarse muy a menudo. A parte muy pocos de ellos pudieron ir montados en mulas, teniendo que hacer el resto el camino a pie, cargados con las mochilas al hombro y un palo o caña por bordón como apoyo, sin más desayuno que el de un par de higos y un pedazo de queso podrido. Después de atravesar Varese (Varese Ligure), a donde llegaron agotados, hambrientos y muertos de frío a causa de la persistente lluvia, y atravesar los ducados de Parmesado y Parma llegaron primero a Regio y luego a Modena, en el condado de Modena, para pasar luego a la ciudad de Bolonia, la primera ciudad de los Estados Pontificios, en donde de nuevo tuvieron que recibir malas noticias y esta vez de sus propios hermanos, los jesuitas italianos, los cuales personados en la hostería en la que se alojaron, les prohibieron quedarse en la ciudad instándoles a que marcharan cuanto antes.

De modo que, con la incertidumbre otra vez en sus cuerpos, de saber cómo terminaría su aventura por tierras pontificias, el día 18 por la mañana todos los jesuitas quiteños, abandonaron la hostería, y pasando por Castel San Pietro llegaron a Imola, y si bien algunos se quedaron a descansar, los más avezados, en número de unos treinta, siguieron camino y pasando por Castel Bolognese, llegaron a la ciudad de Faenza el mismo día, en donde recibieron muestras de gran cariño, siendo tratados muy bien por la población, la cual se mostró muy hospitalaria con los desterrados y algunos vecinos hospedaron a varios de ellos en sus propias casas. Pero no pasó lo mismo con sus hermanos de congregación, que al igual que pasara en Bolonia, los recibieron de malas maneras, y en especial el Rector del colegio jesuítico, el cual les conminó a no quedarse y a pasar de largo. Llegados a este punto, el provincial de Santa Fe, secundado por los quiteños, se encaró con el rector, recordándole que si bien él era rector de un colegio, por su parte él era el provincial de toda una provincia y no aceptaba sus órdenes, ya que no solo no sabían a donde ir, sino que ya habían gastado todo su capital y estaban faltos de alimentos y transporte.

El día 21 se hizo una reunión general de la Provincia de Quito, a la que asistieron todos los profesos. En ella se expusieron los principales problemas que había que afrontar, y que pasaban por no tener dinero para seguir pagando las hosterías y mucho menos los carruajes; y a esto se añadía la incertidumbre de no saber a dónde ir ni quien les acogería. Unos pidieron permiso para proseguir camino hacia Rimini, mientras que los otros comisionaron al padre Josep Masdeu, que hablaba italiano, para que se desplazara a Ravenna para hablar con el Legado Pontificio, el cual volvió el día 24 con la buena noticia de que aceptaban a 30 jesuitas en la ciudad. Y mientras esto sucedía, llegaba a Faenza la Providencia Paternal del Clemente XIII diciendo que admitía a todos los jesuitas expulsos en sus Estados y exhortando a sus magistrados para que les diesen buena acogida. Con las buenas noticias, el día 25 de septiembre salían para Ravenna los 20 estudiantes al mando del padre Juan Hospital, aunque gracias a la mediación del Conde Cantoni, hermano del arzobispo Cantoni, días después se consiguió que este número aumentara a 40.

Llegada a Ravenna
El 3 de octubre de 1768, luego de catorce meses de un camino épico de dolor, muerte y privaciones Joan de Hospital y sus compañeros de la Provincia Quitense podían descansar en la ciudad de Ravenna la sería el sitio de su última morada. Pero la llegada a Ravenna tampoco trajo consigo un gran descanso, pues la población con el temor que su llegada encareciera el de por si pobre país, durante largo tiempo les dio la espalda. Suerte tuvieron del arzobispo Cantoni, hermano del que era el benefactor de los jesuitas, el Conde Cantoni, que les dio 100 pesos para que dijeran misas y les busco habitaciones para que pudieran arrendar. Pero por fin pudieron instalarse en la llamada casa Contarelli, de modo que el mes de octubre de 1769 quedó establecida de nuevo la Provincia de Quito. El mes siguiente recibieron la Pensión Real, pero solo para los meses de octubre y noviembre, a la vez que recibían la notificación de que Clemente XIII les autorizaba a recibir limosna por las Missas. Ambas cosas les trajo un alivio económico y pudieron a mitad de mes arrendar una segunda casa, llamada Nagla, más decente y cómoda, a donde pasaron la mitad de los alumnos, el vice-provincial y el secretario, mientras que Hospital quedaba en la casa Contarelli como Superior y Primario.

En mayo del año siguiente, con la llegada de la últimos jesuitas ecuatorianos, entre ellos el P. Tomas Nieto Polo y el padre Juan Bautista Aguirre, se reorganizaron las casas, quedando Hospital como Maestro de Prima y superior de la casa Prandi. La vida de los jesuitas en Ravenna, durante el 1769, era bastante buena. Enterraban a sus muertos, se concedían los distintos grados y votos, se ordenaban nuevos jesuitas, en fin, las distintas Casas funcionaban como en los antiguos Colegios de origen.

A mediados de 1773 una nueva desgracia se cernió sobre los jesuitas, en forma de sentencia dictada por el Papa Clemente XIV que ordenaba la extinción de la Compañía, de modo que el día 25 de septiembre se les notificó que ninguno se moviese del lugar en que estaba, aunque en diciembre se levantó este arresto y se les permitió circular libremente por donde quisieran, exceptuando la ciudad de Roma. Después de la disolución, muchos permanecieron como sacerdotes diocesanos en sus lugares de residencia, dedicados a diversos ministerios espirituales. Otros se dispersaron por Italia, consagrados a labores apostólicas, a la enseñanza en algunas universidades y seminarios diocesanos. Joan de Hospital, por su parte, permaneció en Ravenna, junto con otros quiteños, dedicándose a aquello que también se le daba: predicar, confesar y catequizar, hasta el momento de su muerte, acaecida el 23 de noviembre de 1800.

Epilogo
El Despotismo Ilustrado generado por las Reformas Borbónicas que durante todo el siglo XVIII fueron impuestas en América, predominantemente por Carlos III desde 1758, permitieron en las colonias especialmente en sus elites criollas la asimilación de una nueva manera de mirar el mundo a partir de la Ilustración. Este aperturismo permitió la presencia en la Audiencia de Quito, en casi una década, de la Misión Geodésica, la que determinó que en esta alejada colonia del imperio español surja un movimiento científico filosófico auténtico y primigenio en América.

Será en este ambiente de aperturismo que el año 1761 Juan Hospital, un sacerdote catalán educado en su juventud en las ideas de la Ilustración, guiará en sus estudios al joven ibarreño Manuel de Carvajal, porqué en aquellos años los estudiantes cursaban la filosofía entre los doce y los quince años, una edad a la que ningún alumno, por muy capaz que hubiera sido, habría podido estructurar un conjunto tan bien armado y preciso de tesis de filosofía, si no fuese bajo la dirección y guía directa de su profesor. De este modo, Hospital, a través de su alumno, admitió públicamente el sistema copernicano - aunque eso si, suavizándolo bajo la premisa de Hypothesis Caeteris Preferenda (hipótesis preferida entre otras) - en la tesis hecha pública el 14 de diciembre de 1761 bajo el título "Coleorum extasi".

De este modo, como muy bien defiende Keeding, el padre Hospital, en la Universidad de Quito, fue el primero que difundió la nueva ciencia en las colonias españolas de América, y no José Celestino Mutis, encargado de la Cátedra de Matemáticas y Astronomía en el Colegio del Rosario, en Santa Fe de Bogotá, que defendió la teoría copernicana en 1762, un año después, y a causa de lo cual fue denunciado por los Dominicos. Una denuncia de la cual pudo escapar Hospital, ya que si bien introducía en sus clases las teorías copernicanas y newtonianas como simples "hipótesis", dichas teorías quedaban excluidas de los exámenes con objeto de evitar escándalos, siendo nuevamente retomadas en los trabajos realizados posteriormente a titulo individual por los alumnos.

Planteado desde el concepto de hipótesis, permitía, como dice Paladines, divulgarlo y desarrollarlo sin entrar en conflicto con los teólogos y los defensores del "saber ingenuo", facilitando así la asimilación de la nueva cosmología por parte de amplios círculos de gente instruida que no solo se limitaba al claustro universitario sino al resto de la sociedad quiteña ilustrada. Un círculo científico que poco a poco se iría ampliando y que daría lugar a que un grupo de estos intelectuales crearan poco después, la "Academia Pichinchense", de cuya existencia se documenta en el año de 1762 y en el que se puede suponer que Hospital fue uno de sus miembros, ya que fueron los padres jesuitas sus principales gestores. Esta Institución Científica tenía su sede en el claustro de la Universidad de San Gregorio y se hallaba dedicada a las "observaciones astronómicas y al estudio de los fenómenos físicos". Pero de lo que podemos estar seguros es que en aquel curso del año 1761 se marcó un antes y un después en la ciencia del Ecuador y América; así como en muchos jóvenes de la época, discípulos directos del Padre Hospital como lo fueron: Eugenio de Santa Cruz y Espejo, Manuel Carbajal y Joaquín Rodríguez. Quienes vertieron el nuevo conocimiento de las ciencias y la filosofía, en un pensamiento de carácter liberador en sus hijos y conciudadanos para que sean los gestores el 10 de Agosto de 1809 en la ciudad de Quito, del Primer Grito de Independencia en América.

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